En la actualidad y desde los años noventa del pasado siglo se puede afirmar que las big bands gozan de buena salud. En los Estados Unidos proliferan en las Universidades y son, como casi siempre han sido, instrumentos de aprendizaje de futuros solistas. Y en nuestro país, como en otros países europeos, raro es que los Talleres de Música crean su propio big band. Se podría argumentar que tanto academicismo reste espontaneidad y creatividad al jazz. Polémica al canto.
Las big bands profesionales de hoy, salvo las que como la Pasadena Roof Orchestra que persiste en el revival del Dixieland, hacen música con arreglos y armonías más complejos, y el repertorio es muy diverso, incluyendo relecturas de compositores históricos del género y música contemporánea.
Las propuestas musicales de hoy se inician con Gil Evans, que jugó un papel fundamental en el nacimiento del estilo cool, continúan con George Russell que representa el free, Carla Bley que conjuga la integración de diversos géneros como música latinoamericana, blues rock, música contemporánea europea, a través de variados registros, María Schneider, compositora que siguió la estela de Gil Evans, y que lidera desde 1.993, la big band mas valorada en la actualidad, y por último dos referencias europeas la original y transgresora Italian Instábile Orchestra, que desconozco si pervive en la actualidad, y la que liderara el holandés William Breuker, divertida propuesta que incorporaba la teatralidad a sus actuaciones y cuya obra me sorprendió en su día.
Se han quedado muchas referencias en el teclado. Pero el mundo de las big bands sería inabarcable.