Mi infancia, como muchos de los que tienen una edad ya provecta, transcurrió entre juegos en la calle o en los patios de la casa, e imaginando aventuras leyendo a Salgari, Verne, Stevenson, Defoe o Walter Scott, amén de los tebeos del Capitán Trueno, el Jabato, el Cosaco Verde, o el muy patriótico Sargento Furia.
En mi caso y en mi casa se oía, además de la radio, música en aquel tocadiscos marca “Kolster” , una especie de maleta cuadrada mágica que al abrirse se encontraba el pick up y en su parte superior se alojaba un pequeño altavoz. Por ese altavoz yo escuchaba a Beethoven, que entusiasmaba a mi padre, a Chopin que entusiasmaba a mi madre, a Rodrigo, Mozart, Dvorak, Grieg, Schubert, Vivaldi y algunos más. En esta semana, si la autoridad y el tiempo, no lo impiden, os daré la monserga, sin tanta palabrería, o mejor dicho, con muy poca palabrería con alguna música de la que llamamos clásica que aún sigo oyendo.