De Montreal (1932), admirador ferviente de su compatriota y compañero de “armas”, Oscar Peterson, tras la marcha de éste a los Estados Unidos se convierte en su sucesor en los clubes de su país, hasta 1950 en que, siguiendo la estela de su ídolo marcha al país vecino, donde graba su primer disco nada menos que con Charlie Mingus y Art Blakey. La cosa empezaba bien. Después graba y toca con grandes figuras como Chet Baker, pero sobre todo con grandes de la vanguardia como Ornette Coleman, Eric Dolphy, Jimmy Giuffre, Gary Peacock. El jazz también tuvo su “revolución” de octubre, en este caso de 1.964, y que se plasmó en el manifiesto “free” que reunió a Cecil Taylor (le debo una entrada), Archie Shepp y otros. Por cierto, Bley fue el único blanco que estuvo en esa “batalla”. Si bien en principio Paul Bley era partidario de la formación de trío, de hecho se le ha considerado, junto a Bill Evans, el inventor del trío moderno, pasando incluso por un recorrido electrónico, con posterioridad se decantó por tocar y grabar en solitario. Así lo vi en Sevilla, junto con mi amigo Hans. También vimos en esas jornadas a Cecil Taylor, ambos en viajes de ida y vuelta. Su toque es intuitivo, es delicado, con la improvisación siempre presente, pero todo ello en un clima tranquilo, intimista, emocional, siempre bajo su sello personal. Murio en enero de 2016, tenía ya los ochenta y tres.
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