Su muerte demasiado joven, con 47años, nos privó de conocer una mayor dimensión de la figura de Thomas Chapin. Saxofonista alto, flautista y también compositor, el neoyorkino se inició en la música clásica, para después inclinarse en el jazz siendo alumno de Jackie McLean, y Kenny Barron. Con 31 años entró en la Orquesta de Lionel Hampton, de la que fue director musical durante cinco años. Ello que podría parecer que estamos ante un músico tradicional, no deja de ser una apariencia. Chapin es un músico de vanguardia, moderno hasta decir basta, la Knitng Factory fue escenario frecuente de sus actuaciones. Era un buscador incansable de nuevas fórmulas, de nuevos sonidos. Conocedor profundo del bebop, y renovador del free jazz, reconoce influencias de Sam Rivers y de Eric Dolphy, entre otros. Visitó nuestro país hasta en tres ocasiones. No tuve la oportunidad de verlo. Os propongo cuatro temas: una visión muy particular y que me seduce de dos tangos, “Che Bandoneón” y “Tomo y obligo”, una versión igualmente particular y original de la composición de Fats Waller, convertida en estándar, “Jitterbug Waltz”, y una de sus composiciones estrella, “Night Bird Song”. Thomas Chapin tenía una personalidad avasalladora. Empezó a interesarse por el flamenco y conocía lo que era tener “duende”. Admiraba entre otros a Jorge Pardo, con el que compartió escenario en Zaragoza. Su concepción personalísima del jazz la resume lacónicamente en una frase: “Es jazz. Asimilo y devuelvo”.
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