No tengo un recuerdo diáfano de las Nocheviejas de mi infancia. No soy muy amante de las uvas, salvo en su estado líquido, en el que me reconozco un gran aficionado. Sí recuerdo ya en la adolescencia, tomar las uvas en lo alto de la plaza y encaminarme después con la pandilla al Casino, el “Circulo de Rute”, que olía a calamares fritos, o a riñones, el humo envolvía todas sus estancias y ya, entrada la noche, el olor y el sabor de la tortilla de jamón. En el salón tocaban “Los Terribles”, banda local de talluditos, miembros de la Banda Municipal. Los metales de Milindres y compañía tenían un protagonismo total. Cuando tocaban el “Submarino Amarillo”, lo bailábamos golpeando el suelo, con el pie, marcando un ritmo acorde al grito de “amarillo es”. Creo que fue mi padre el que pidió a la banda que no tocara la canción de los de Liverpool, por el peligro de la resonancia. Ya sabéis: por la misma razón por la que los soldados no van marcando el paso, cuando desfilan por un puente. Mi padre me explicó aquello en casa, lo entendí, pero me fastidió no poder bailar el “amarillo es”. Recuerdo una Nochevieja especial, había caído una nevada y las calles cubiertas de blanco estaban preciosas. La magia de la nieve, que invitaba al romanticismo pero también al lanzamiento de de pelotazos y a las risas consiguientes.
Cuando me casé las Nocheviejas se tornaron familiares y no por eso, menos divertidas. Bailábamos y bebíamos, pero ya con cierta mesura. Responsabilidades de padre de familia obligaban a ello.
En mi época de nueva soltería, hacíamos fiestas en las casas de amigos o en la mía propia. Recuerdo una en mi casa de entonces, en Conde Ureña, en la que obsequié a mis amigos doce uvas como doce melones. Yo ya entonces, como ahora, bebía sorbos de tinto o de cava con las doce campanadas, por lo que no reparé en el tamaño. ¡ A las uvas, que le den…¡ Aquella noche fue un desmadre absoluto. Cuando veo la fiesta de la peli “Desayuno con diamantes” me acuerdo de aquella Nochevieja. Mi casa quedó invadida de gente que no conocía y que aparecía con una botella como salvoconducto. Hasta Licor 43 llevaron. Solo faltó la llegada de la policía. Gran parte del personal se pasó la noche, con la copa de cava en la mano sin poder soltarla, no sé por qué razón se rompían las copas por su base. No sigo contando……
Hoy las Nocheviejas son más tranquilas, como mi vida, en general. Cena más o menos familiar, buen vino, buen cava, algún baile después de las campanadas y siempre, el abrazo reconfortante de los seres queridos que me acompañan. La complicidad está servida. Otro año más. Mejor es mirarlo así.
Y un nuevo año empieza… Desde este blog os deseo lo mejor para todos y cada uno de los que lo comparten, y os doy las gracias por ello.
Recuerdo bien esas Nocheviejas en el casino. Cuanta nostalgia!
Pues Pérez Prado con el Maniseroe acaba de poner las pilas.
Feliz Año