Lo conocí personalmente en el club ” Cantor de Jazz,” (Miguel Cantor), después de un concierto memorable con otros partícipes del proyecto ” Buenavista Social Club”. Proyecto que lo rescató del olvido a finales de los años 90. Él se había retirado 16 años antes, y su piano ya estaba carcomido. Cuando nos visitó ya andaría por los 80 años y tocó con Cachaito y Amadito Valdés, entre otros, en el Cervantes y Miguel Cantor se las ingenió para que después fueran a su club. Y allí tocaron y allí bebimos, hablamos y disfrutamos con ellos. Por cierto que la mañana del concierto me llamó Miguel para que le indicara algún contrabajista malagueño que prestara el contrabajo para que lo tocara Cachaito en el Cantor. No encontramos ninguno. Sin embargo había contrabajo. Me contó Miguel lo había conseguido de un albañil del barrio de La Palmilla. Se había encontrado a unos tunos por la calle, les preguntó y le dieron la dirección del aficionado albañil. Así era Miguel.
Bueno, en la despedida, le prometí a Rubén que lo visitaría en La Habana. Promesa incumplida y no solo en lo que a mí atañe. Murió dos o tres años después. Era del 1919.
Rubén González no tuvo una vida acorde, con los acordes maravillosos de su música.
Dijo en una entrevista que las vidas de los músicos no son vidas, sino tragedias. Y en su caso, seguro que sí. Conoció cierta prosperidad económica en 1997, gracias a su resurrección artística, de la mano de Ry Cooder. Pudo entonces comprarse un piano nuevo. Consiguió el Grammy entonces con su disco “Introducing”, una verdadera delicia. Coinventor del chachachá, admirador a un tiempo de Chopin y de Chano Pozo, comenzó tocando con Arsénico Rodríguez y también le apasionaba el jazz. Decía que la armonía del jazz estaba por encima de la de otras músicas.